martes, 14 de septiembre de 2010

CAPITULO 3

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Pasaron seis meses después del regreso a la cálida rutina en que se había convertido su vida como jefe de investigación.

Después de los primeros años vertiginosos del descubrimiento de la híper velocidad, la sensación que producían las cifras fantásticas de años luz por el espacio, que amenazaban con reventarle a uno la cabeza, había cambiado poco a poco, volviendo a parecerse a las del tiempo anterior en que las distancias eran cortas y limitaban los viajes. Se contaba con muchos ceros, por lo demás, todo era igual.

Como en el S. XIX del planeta Tierra, durante la fiebre de las exploraciones, cuando el inglés John Smith descifró la escritura cuneiforme de las tablillas de Mesopotamia, dejando al descubierto que las preocupaciones de las gentes de tres mil quinientos años antes eran las mismas que las de los seres humanos de hoy, el amor, la educación, el por qué los hijos no respetan a los padres, etc., el cambio de mundo que había producido la híper velocidad no había transformado nada esencial.

Así como la corte de los reyes españoles del siglo XVII tardaba tres semanas en llegar de Madrid a San Lorenzo del Escorial y en la época actual lleva menos de una hora por carretera, y a nadie se le ocurre sentir que ha recorrido una gran distancia, tampoco se tiene conciencia del espacio recorrido para pasar un plácido fin de semana a diez pársecs de la Tierra en Plane; sólo queda registrado en los ordenadores, su percepción ha dejado de existir.

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